domingo, 13 de abril de 2014

De Mazmorra




En la soledad de mi alcoba, sintiendo el calor del tenue brillo del amanecer sobre mi piel desnuda, abro mis ojos lentamente, aún bajo el influjo de un oscuro sueño. 


En el plácido arrullo de un dulce silencio, oigo gritar a mi alma, suplicando que aunque sólo fuera por un breve espacio de tiempo, deje de esgrimir su pluma, mi arma favorita en sus manos, para tomar aquellas que han de dejar en mi piel, marcas de infinito placer, la huella de su deleite y suave olor a cuero.



Lejos ya de ser presa del efecto de Morfeo, regreso de nuevo al mundo de los sueños, con los ojos abiertos, y la mente en aquel lejano lugar donde las posibilidades son infinitas y las fantasías reales.


Puedo sentir la presencia de quien alberga intensos anhelos, oscuras necesidades, aquel capaz de vislumbrarme floreciendo ante sus ojos, de inspirar mis mas bellas palabras, aquel que vive en el caos en el que estoy inmersa.


Me sorprendo palpando mi humedad y llevando los dedos a mis labios, saboreando el placer de sentirme alimentada, sostenida, dirigida, sometida, entregada a El, con las piernas levemente abiertas, en el suelo, totalmente postrada ante su inexorable presencia, suplicante a la espera de ese sufrimiento que haga elevar mi alma hasta cimas Infinitas.


Abandono el salón para sumirme en esa parte de mi yo más salvaje, para convertirme en ese ser que solamente puede ser sometido por quien es capaz de ver, ese ser que precisa ser domado, que lo anhela, ese que únicamente puede ser un animal de mazmorra.


Fluye en mi interior el calor que hace bullir mi esencia, sintiendo, casi oyendo el palpitar de su corazón, temerosa de que el mío explote a causa de la intensidad de mis sentimientos, a la espera de ese primer impacto, de ese placer, de ese dulce dolor que provoque contusiones en mi cuerpo para curar las heridas de mi alma.


Puedo saborear el despiadado gozo de su castigo recorriendo mi cuerpo, entregada a su voluntad, haciéndome sentir exuberante y llena de hermosura, dichosa de ser el objeto de sus más ingentes anhelos.


Estalla el placer en mi, un ahogado grito me hace despertar de pronto de esa intensa ensoñación y me devuelve a la serenidad y a la luz de mi estancia.


Me hallo exultante y sudorosa, sin aliento, por esa sensación de plenitud que acompaña a un delicioso momento y por el desconcierto de descubrir en mi interior la ansiada necesidad de aquel que con sus palabras me empuja a hacer arte con las mías.



vera.


















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