Anna Dittmann |
De la mano de su Amo iba dirigida, no sabía a dónde ni
porque, sin embargo tampoco le importaba, estaba donde debía, en el único lugar
donde deseaba estar…. Junto a Él.
De repente Este se detuvo frente a un enorme cerezo en flor agitado
por el viento, del que flotaban en el aire pequeños pétalos cual copos de
blanca nieve. Ella miraba a su alrededor, tan admirada por el hermoso espectáculo que ni siquiera se dio cuenta que tras una
breve orden de su Señor lo estaba obedeciendo, desabrochó su vestido para
quedar totalmente desnuda frente a Él.
Y tras su orden, mirando a sus ojos, su Amo le comenzó a
relatar…
“Dicen que este hermoso
árbol fue un día una sumisa, no de gran belleza, pero si con una gran capacidad
de entrega y un inmenso sentir. Por ese sentir perduró, sin embargo esa a su
vez fue su condena.
Su sentir se fue
convirtiendo en pequeños brotes y ramificaciones alimentadas con sus propias lágrimas.
Sabía que un día podría eclosionar, no sin embargo cuantas lágrimas precisaría para
hacerlo.
Aquellos que la
poseyeron de un modo u otro la hicieron crecer, aunque siempre llegaba un día en que su sentir crecía,
brotaba de tal forma que se les escapaba de las manos… les faltó el deseo o la capacidad de
mantenerla ahí, junto a ellos, dejaban de sostenerla, de nuevo volvían a posar sus brotes en la
tierra.
Nunca nadie más
recogió su sentir, se limitaban a pasar por su lado admirando la belleza de sus
flores, y un día llegó en que sus raíces estaban tan arraigadas a la tierra que
ya nadie pudo arrancarla sin herirla.
Y así permaneció, como
cerezo en flor, admirado en ocasiones por sus bellos brotes que ahí, desde su
interior siguieron creciendo, su dolor hizo brotar sus ramas y la luz del sol y
sus ganas de vivir la hicieron permanecer”.
En ese hermoso lugar, tras el relato de su Señor, de sus ojos comenzaron a brotar lagrimas, que dulces
en lugar de saladas desaparecían entre sus labios y en el mismo momento en que
Él tomó su mano, supo lo que debía hacer.
La acompañó sujetando su mano hasta que estuvo a sus pies,
postrada y mirando fijamente a los ojos de su Dueño. Con mano firme y con suma delicadeza
secó sus lágrimas, alzó con sus dedos suaves su mentón y la besó.
Ella humildemente bajó su mirada y retiró su cabello sintiéndose
inmensamente afortunada de poder florecer junto a su Amo y Éste posó en su cuello un collar con su
nombre. Tras él una bonita leyenda… “De
entre las flores silvestres, la más bella, la Mía.”
Dedicado a una linda flor, Gracias por tu regalo.
vera
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