Aquel que sin conocerte es capaz de ver la tristeza en ti, aquella
que a pesar de tu absoluta transparencia intentas que siga oculta, Él que puede
ver también la tenue luz que en tu
interior se esconde, tras tu tristeza.
Aquel que desde la lejanía te contempla y es capaz de
vislumbrar todo lo que aquellos que se acercan no son capaces de ver. Y sin embargo permanece ahí, en calma, tras la
intensidad de las olas, copado por ellas.
Aquel que se toma la consentida libertad de levantar tu
mentón para que puedas ver el universo que te rodea, un universo que tus ojos
no logran ver, empañados por esas lagrimas que con sinceras palabras seca y así,
de ese modo, hace de nuevo brillar tu
luz.
Sin pedir nada a cambio, sin esperar nada… y de esperarlo… ¿Qué
importa?
Si solo desea verte
resplandecer y no teme que la intensidad de tu luz lo ciegue… bien merece el
privilegio de esperar cualquier cosa que desee sin ser juzgado más que por lo
que sin duda es, todo un Caballero y un Señor.
Aquel que abre tus ojos para mostrarte la verdad, y que te
hace ver en ti todo aquello que tu confusión nubla. Aquello que por temer al
dolor eres incapaz de ver. Lo que niegas.
Aquel que con la verdad te sume en una total y absoluta
pena, y a su vez es capaz de rescatarte de lo más profundo de ti, de tu dolor
y sacarte de nuevo a flote acompañada de
tu risa.
Aquel con la humildad de no precisar mostrar sus virtudes y
a su vez dispuesto a mostrarse claro
como el agua sin pretensión de ocultar sus carencias.
Aquel por quien aquella sumisa digna de esperar su regreso, no
podría más que tejer ese manto permanentemente inconcluso, no solo por diez
años sino por el resto de sus días.
Él, que te muestra el cielo y te regala una estrella, que
sopla las nubes para ti, para que de nuevo puedas ver el Sol, que es capaz de ver tu luz brillar en la oscuridad, es único y absoluto merecedor cuanto menos
de tu sonrisa.
vera