martes, 21 de enero de 2014

La Rosa





Aquella mañana acabé pronto el trabajo, habían cambiado mis planes por lo que me esperaba una tarde tranquila, así que decidí salir a caminar para disfrutar del sol de invierno que se alzaba aquel día de enero.

Al llegar de nuevo a casa, me di una ducha y todavía húmeda me tumbé sobre el sofá, cubierta solo por la toalla de baño. 

El sol entraba por la ventana y calentaba mi piel desnuda y fría, cerré los ojos con la intención de permanecer ahí, a seguir disfrutando de mi momento de relax.

Comenzó a sonar una melodía que conocía, se trataba de un tango, una versión instrumental de Gardel, “Por una Cabeza”. 

Me sonreí, aquella era una de mis canciones favoritas, perfecta para el momento del que estaba disfrutando.

De pronto, oí un susurro en mi oído, era su voz,  que me instaba a mantenerme con los ojos cerrados, sin moverme. 

Mi sonrisa relajada se torno de repente en excitación, inconscientemente mis hombros se inclinaron hacia atrás alzando mi pecho, a la vez que mis piernas se cerraban al sentir la humedad en su interior. 

Todo mi cuerpo se tensó, me estremecí,  pues no era a mí a quien respondía, sino a Él y al dulce pero seguro sonido de su voz.

Noté sus dedos suaves sobre mi piel, desprendiéndose de la toalla que todavía me cubría y dejándome totalmente desnuda. 

Pude notar sobre mi nariz y después sobre mis labios el cosquilleo al rozarme algo suave, algo que por su olor parecía una rosa.

Esa sensación recorrió todo mi cuerpo mientras mi excitación aumentaba cada vez más, deseaba sentir sus manos sobre mí, pero no eran ellas las que me tocaban, solo el sencillo y suave roce de ese objeto, esa flor que había impregnado mis fosas nasales con su olor, recorría cada centímetro de mi piel.

Tras recorrer todas las partes de mi cuerpo, se dirigió hacia el interior de mis muslos, se adentró en el centro de ellos, y en un momento se impregnó de mi humedad, de mi excitación.

Noté como se acercaba de nuevo a mi oído y me susurraba a la vez que ponía la rosa bajo mi nariz, inhalé, sus palabras sonaban en mi interior, “huele, esta es tu esencia, y ahora me pertenece”. 

Sentía como ese olor, esa mezcla de la rosa y de mí, se introducía desde mi nariz y se adentraba hasta lo más profundo de mi ser.

Me ordenó que abriera la boca, supe entonces que realmente se trataba de una rosa, pues al cerrar mi boca pude notar sus espinas, clavándose suavemente en mis labios. 

Ese suave dolor me excitó aun mas, pues todo a mí alrededor había desaparecido, solo podía notar el calor del sol sobre mi piel, la excitación entre mis piernas, el sabor de mis labios suavemente lacerados por las espinas de la rosa, el sonido de su voz en mis oídos recordándome que mi esencia, mi ser, le pertenecían.

De repente, la música dejó de sonar, no podía ya notar su presencia, solo su recuerdo invadía toda la estancia y mi cuerpo. 

Entonces tuve frío, ese frió de sentir de pronto la soledad, pero en lo más profundo de mí, de mi alma, permanecía Él, su voz.

Abrí mis ojos y me hallé, sola, desnuda, no había rastro de Él, tampoco de la rosa, solo, en mi entrepierna, la humedad de mi esencia permanecía a la espera de volver a oír su voz, y en  mis labios el dulce sabor de mi herida me recordaría que a pesar de no poder sentir sus caricias, mi cuerpo respondía, incluso en su ausencia,  a los deseos del que era ya su Dueño.




vera.







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