¿Por qué tanto le siento si sólo existe en mi mente?
Si puedo notar el calor de Sus caricias, Sus dedos
sobre mi piel y al bajar mi mirada son los míos los que veo.
Amanezco con la suave luz de la mañana, con el anhelo
en los labios de los besos recibidos, con ese tibio dolor de la resquebrajada
esperanza, del saber en el fondo, que tal vez jamás vuelva a sentir.
Mis pasos, ayer iluminados por Su brillante luz, ahora
se tornan débiles, oscuros, me dirigen nuevamente a mi propia sombra, a la
nada.
Intento mantener el temple y la cordura, aquejada de
una dolorosa necesidad. Oigo Sus palabras con atención, con temor, con
nostalgia y con dolor al no reconocer Su voz.
Esa voz que adoro y aún siento, sabedora de que alberga
en Su interior. Empañan mis ojos las lagrimas al pensar que algún día no la
vuelva a oír jamás.
En mi soledad, a Sus pies me postro, imaginándolo
frente a mí, regio y hermoso, sin ser capaz de oír nada más que el latido de Su
corazón, del mío, deseosa de una realidad que tal vez nunca llegue.
Paso las noches en vela pensando, intentando huir de
mis propios pensamientos, los que solo me muestran un futuro de ausencia, de
añoranza, una herida que cada noche en la oscuridad de mi estancia, se abre
nuevamente y no deja de sangrar.
Pensamientos de desaliento, que a pesar de ellos, mi
alma no cesa de albergar un ápice de esperanza, el más absoluto deseo y amor
que persisten cual leve brillo en la oscuridad y me fortalecen en el dolor de
la espera.
Pensamientos de soledad, con la única certeza de que mi
alma nunca tanto brilló como en Sus manos y jamás a nadie más pertenecerá.
Pensamientos que de la mente brotan y susurran que la
vida sigue, que hay que seguir adelante, caminando, pero mi corazón se ha
parado, mi alma perece y ya no logro divisar mi derrota, pues en Su ausencia
únicamente hay soledad, no queda mas que sombra.
vera.
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