En esa ocasión la noche le pareció mucho más hermosa que las
demás… el cielo se sumía en una profunda oscuridad en la que las lejanas
estrellas se tornaban más brillantes y cercanas que nunca.
Hacía tres años ya de Su marcha y sin embargo Su amor
permanecía en ella tan intenso como el primer día.
Todas las noches salía al jardín y elevaba su mirada al
cielo, para contemplarlo, para ver las estrellas, para contarlas… con Él.
Esa noche mágica, la del último día de la cosecha y el final
del año según los antiguos celtas, de repente, mientras observaba el cielo,
recordó un antiguo ritual que su abuela le había enseñado.
Prendió una vela blanca y la puso junto a la ventana, se
decía que en esa noche el mundo de los muertos se unía al de los vivos, por esa
razón se debía poner una vela en la ventana para iluminar a las almas de los
seres queridos permitiéndoles, que encontraran
el camino a su hogar y a su vez ahuyentar a los malos espíritus.
A pesar de que ella nunca había creído en esas cosas, algo le hacía sentir la necesidad de realizar ese ritual, así que encendió un poco de incienso, algunas velas y se dirigió al trastero a rescatar un viejo caldero que perteneció a su familia desde muchos años atrás.
A pesar de que ella nunca había creído en esas cosas, algo le hacía sentir la necesidad de realizar ese ritual, así que encendió un poco de incienso, algunas velas y se dirigió al trastero a rescatar un viejo caldero que perteneció a su familia desde muchos años atrás.
Cogió dos trozos de papel, en el primero de ellos debía
escribir aquellas cosas que deseaba alejar de su vida, vertió un poco de
alcohol en el caldero, lo prendió y lanzó el papel al fuego hasta que éste se
consumió del todo.
En el segundo papel, debía escribir una lista de deseos… sin embargo no había muchas cosas que ella pudiera desear. Había tenido una vida feliz y plena, hasta que ésta se truncó con aquel terrible accidente que se llevó a la única persona a la que verdaderamente había amado.
Sin pensarlo siquiera un segundo, escribió en el papel el
nombre de su Señor, ató con un cordel una hoja de laurel y el papel uniéndolos, prendió de nuevo alcohol en el
caldero y lo lanzó a su interior. Mientras el contenido del caldero se
consumía, se quedó absorta observando el hilo de humo blanco que se elevaba
hasta el cielo.
Al apagarse el fuego, echó las pocas cenizas que quedaron al
jardín como ofrenda, tal como le habían explicado que debía hacer, y de nuevo
miró el cielo.
Las estrellas se habían apagado, solo podía ver oscuridad y el
reflejo de la vela encendida que desde la ventana de su habitación la iluminaba.
Entró de nuevo en la casa, se fue hacia la cocina a
prepararse una infusión antes de irse a dormir.
De repente escuchó un ruido de cadenas, la casa estaba
cerrada y sabía que estaba sola, el sonido provenía del sótano… de la mazmorra.
Abrió la puerta con sumo cuidado y encendió la tenue luz de
una vela que iluminó toda la estancia. Todo estaba en su lugar, tal como ella
misma lo había dejado tras la última sesión con su Amo, como a Él le gustaba,
todo en correcto orden.
Entonces miró al suelo y la vio, estaba totalmente segura de
haberla guardado en el cajón de siempre, pero allí estaba, a sus pies, con su
leve brillo reflejando la llama de la vela en ella, era la venda de satén negro
que Él usaba siempre para vendarle los ojos.
Sin ser siquiera consciente de sus actos, cerró la puerta
tras ella, se desnudó dejando su ropa perfectamente colocada en una silla,
avanzó, se volvió, se puso otra vez, tras esos años, la hermosa y tan
preciada venda en los ojos y se arrodilló frente a la puerta en posición de
espera.
De pronto sintió un escalofrío, una leve brisa acarició su
mejilla, la puerta no se había abierto pero sabía que no estaba sola. Entonces
lo sintió, Su olor, Su calor… Su presencia.
Una lagrima brotó de sus ojos,
sabía que no era posible, pero le sentía y no del mismo modo de siempre, en su
interior, estaba junto a ella, de verdad.
Elevó levemente el
mentón y algo le rodeó el cuello, podía notar ese leve olor a cuero que todas
las noches la acompañaba en sus sueños, abrió la boca en un susurro, en un silencio,
pudo libar el dulce sabor de aquellos anhelados besos posándose sobre sus
labios y de nuevo tras esos años de
cruel, dolorosa e indefinida espera, se sintió feliz.
Se encontraba nuevamente de pie, pudo sentir Sus caricias,
rodeando todo su cuerpo, demorándose en cada rincón, descubriendo cada milímetro
de piel, Sus besos, Sus mordiscos, el dolor, podía sentir Su deseo, Su amor.
Sus manos se elevaron y volvió a sentir la presión de las
cuerdas, de nuevo la vestían como tantas veces lo hicieron, torneando su
cuerpo, volviéndola hermosa.
Pudo sentir la cera derramándose en su piel, el tenue calor
penetrando en su cuerpo entregado al placer de arder, prendiendo de nuevo su
alma, la que creía apagada para siempre.
Volvió a quedar su mente vacía de todo pensamiento, pero
repleta de sentir, del amor que Él le entregaba, del que ella le ofrecía junto
con su cuerpo, su mente y su alma.
La tortura, y el dolor se tornó placer de un modo tan
intenso que creyó haber vuelto al pasado, a Sus brazos, siempre había sabido
que permanecería en Sus manos por siempre.
Pudo tocar el cielo con las manos otra vez, colmada de
felicidad, de incomparable placer, entregándose al que siempre fue su Único
Dueño.
Sintió entonces un beso en sus labios como nunca antes lo
había sentido, suave, frío, acompañado de un susurro que le llegó al oído como
una leve brisa…
“No dejes nunca de sentir, de caminar… de vivir. Debes
volver a ser feliz.”
De pronto el frío se apoderó de la estancia y pudo sentir la
venda que cubría sus ojos empapada en lágrimas pero no eran lágrimas de
tristeza, eran de dicha.
Se desató la venda y abrió los ojos… todo seguía igual, todo
en su sitio, en perfecto orden. Supo entonces que todo había sido un hermoso
sueño.
Guardó la venda en su cajón y subió a la habitación, la vela
de la ventana permanecía encendida, iluminando la estancia con su tenue luz. Se
metió en la cama y se durmió.
Los primeros rayos de luz del día sobre su cuerpo aun
desnudo la despertaron, tenía una sensación extraña, miró a su alrededor, la
vela estaba apagada, se volvió hacia la cama y entonces lo vio.
A su lado, en la almohada, había una pequeña mancha roja en
forma de rosa, igual que las que siempre dejaba junto a ella su Señor cuando se
marchaba pronto a trabajar y al despertar no podría verlo junto a ella.
Feliz Samaín, Feliz Noche de Difuntos, Feliç Nit de tots Sants,
Happy Halloween…
vera
vera
Hola
ResponderEliminaracabo de descubrir este blog... con tu permiso lo añado al mio
Un saludo