Amaneció sintiéndole, palpando a un lado y otro de la cama, buscando a su alrededor, sin encontrar.
Le sentía…
Su sonrisa, Su mirada observándola, grabada aún en sus ojos, el calor de Su piel que pocas horas antes había abrazado su cuerpo desnudo, permanecía ahí, en ella.
El recuerdo del sabor dulce que sus labios guardaban celosos, como al libar el más dulce néctar, embargándola, haciendo explotar cada uno de sus sentidos.
Pero no estaba allí. No era sino el aroma que permanecía discreto en su cuerpo, en su piel, lo que sentía.
Se abrazó de nuevo a la almohada, cerrando con fuerza los ojos, preservando ese recuerdo, ese sueño fugaz que invadía su mente y que tal vez jamás regresaría.
El repicar en la puerta sonó tras ella. Se volvió, cubrió su cuerpo desnudo y fue a abrir.
No pudo más que agachar la mirada ante la imagen que frente ella se mostraba, al tiempo que asomaba en sus labios una tímida sonrisa de esperanza… también de lujuria.
Caminó tras Él hasta que se detuvo, le retiró la chaqueta y se dispuso a descubrirse nuevamente y postrarse a sus pies con la vista al suelo, respetuosa.
A Su orden, alzó la mirada y en ella se mostraba nuevamente una dulce e inevitable sonrisa… no habría esta vez atisbo alguno de nerviosismo, pudor o timidez, únicamente su sentir.
Como si el tiempo hubiera transcurrido dejándola a ella atrás, se encontró de pronto sobre la mesa, abierta, ofrecida, a merced de Aquel que la quisiera poseer, atada de pies y manos, en una habitación en penumbra alumbrada únicamente por el resplandor de las velas.
Unas manos acariciaron de pronto su cabeza, cuidadosamente, como si de un animal herido se tratara, para instantes después tirar de su pelo con fuerza hacia atrás, haciendo brotar de su garganta un intenso gemido, apagado al tiempo con un ardiente beso.
Un pequeño antifaz de seda cubrió sus ojos sumiéndola en una absoluta oscuridad. Se abandonó, se sintió entregada, expuesta al placer de los sentidos.
Su ansiedad aumentaba al tiempo que su excitación crecía, podía sentirla entre sus piernas, palpitante, en su pecho, en sus pezones endurecidos hasta el punto de sentir un leve dolor al más mínimo roce, la sentía en cada uno de los poros de su cuerpo, necesitada del placer al que deseaba ser sometida.
De pronto… sintió su piel arder. Un pequeño torrente de ardiente placer se derramaba desde su pecho, por sus pezones, su ombligo, hasta caer en lo más profundo de su ser, abrasándola, elevándola en cada sensación mientras su cuerpo se retorcía, sin obedecer a su voluntad. La cera invadió cada centímetro de su cuerpo.
De sus labios brotaban constantes gemidos, mezclando un enorme placer con todo tipo de sensaciones.
Pudo entonces sentir Sus dedos introducirse en su boca, acariciados por sus dientes, por su lengua, instándola a saborear, a adorar aquellos inmisericordes verdugos que la llevaban al ígneo éxtasis de una forma tan intensa.
Tras un momento de lujuria y contradictoria calma, sintiendo el frío abandono al advertir Su lejanía, se perdió en la nada, en el vacío absoluto de sus pensamientos, entregada a su sentir.
Sobre esa mesa, impúdica, despojada de todo recato, empapada, orgullosa de recuperar ese sentir… un leve silbido la despertó de su libre ensoñación.
Restalló sobre su cuerpo una y otra vez, despojándola de los restos del ardiente placer de la cera, arrancándole una serie de arrebatadores alaridos, que sintió a la vez como relámpagos en su entrepierna. Inmovilizada, se debatía entre el placer, el dolor y la entrega absoluta a aquellos sentimientos que cada vez más intensamente la dirigían hacia Aquel que la hacía sentir.
Una vez más el tiempo se detuvo entre un sinfín de sensaciones, hasta hacerla volver, ya desprendida de sus ataduras.
Él retiró cuidadoso el antifaz que le cubría los ojos, acariciando a su vez sus mejillas, sus sienes, su cabello… Abrazando su dolorido cuerpo, envolviéndolo.
Una sencilla mirada, con un especial brillo, la instó a obedecer. No hicieron falta palabras, Sus fuertes manos la acompañaron a adoptar su posición, frente a Él…
Postrada, sometida, entregada… pudo sentirlo crecer entre sus labios, a la vez que su lengua le acariciaba, le succionaba con intensidad sedienta, anhelante de recibir Su placer.
Pudo sentir Sus manos agarrando con firmeza su pelo, acompañando cada embestida hacia el interior de su boca, de su garganta. La llevaban al más agonizante placer, dejándola sin aire, para nuevamente recuperarlo y sentirse abandonar la tierra para elevarse más allá del cielo… Hasta explotar y derramarse en el interior de su boca, haciendo que tras tanto tiempo, conociera otra vez la dicha.
Sintiéndole, entregada, sudorosa, con el sexo empapado, embriagada de placer, sin aliento, agarrada fuertemente a la almohada… las arenas del tiempo que se detenía en sus lujuriosos sueños la devolvieron de nuevo a su lugar, de vuelta a su cama, acompañada únicamente por el dulce recuerdo de una anhelada realidad.
¿Volvería a cruzar el umbral de su puerta Aquel que cada noche invadía sus sueños…?
vera.
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